Puede que este cuento nos ayude a entenderlo. Había una vez un hombre que perdió dinero y pensó que se lo había robado el hijo de su vecino. Cuando lo miraba, le parecía que su actitud, sus gestos, sus movimientos y todo su porte eran los de un ladrón. Poco después encontró su dinero donde no recordaba haberlo escondido. Entonces, mirando al hijo de su vecino, ni sus gestos ni su actitud eran los de un ladrón.
La tendencia a sospechar que la actitud de los demás son insultos a mi persona puede estar indicando una inconsciente falta de autoestima y de contacto con la realidad. No es grave y se puede remediar. Si uno se da cuenta de que está haciendo suposiciones paranoicas, basta con poner en duda la lógica de tales suposiciones.
Por ejemplo, si tu jefe te da una respuesta cortante, puede deberse a que has cometido un error o simplemente a que él está desbordado de responsabilidades. Ese albañil que no deja de hacer ruido picando una pared no lo hace por fastidiarte, sino porque es su trabajo. Esa amiga tuya que no ha cogido tu llamada no es que esté enojada contigo, es que estaba en la cocina batiendo unos huevos.
Si ampliamos nuestro punto de vista y ponemos en discusión nuestro parecer, descubriremos algo nuevo sobre nosotros y sobre los demás. Los prejuicios y los pensamientos obsesivos hay que pillarlos desprevenidos. Para combatirlos hay que situarse como observadores e intentar ponerlos en tela de juicio con el fin de llegar a una «objetividad psíquica» y así poder distinguir que una idea no es un hecho, que un pensamiento molesto no implica que sea cierto, o que pensar en algo que nos hiere no supone automáticamente creérselo.
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