Experiencias de paternidad
Los matices de un amor que hay que valorar y apoyar para preservar el equilibrio de la vida humana.
Soltero y padre de un quinceañero
En el curso de los años, varias veces le pedí a la madre de Paul que se casara conmigo. Cuando parecía que todo estaba a punto, compré una casa para que vinieran a vivir ella y nuestro hijo. Pero enseguida nos volvimos a separar. Estaba claro que nunca conseguiríamos construir una familia estable.
Mi hijo y su madre siguieron en aquella casa y todo el mundo me decía que se estaba aprovechando de mí; pero yo tenía otra perspectiva de las cosas: aquélla era la casa de Paul y él necesitaba a su madre. Para mí era un enorme sufrimiento que no pudiésemos vivir juntos, como una familia, especialmente en detalles como poder arropar por las noches a mi hijo o desayunar juntos por las mañanas. Pero lo que más me costaba aceptar era el dolor que todo esto podía causarle a él. A medida que Paul crecía, más le afectaba el hecho de que, después de estar juntos, me tuviese que ir de casa, en vez de seguir allí con él. Tuve que aceptar que aquello era una cruz que él debía soportar y que yo no podía hacer nada por quitársela.
Hace poco me preguntó sobre la relación que había entre su madre y yo, en especial sobre cómo se quedó embarazada. Le conté cómo nos conocimos y que nuestra relación fue algo tormentosa durante tres años; y que un día ella me dijo que estaba embarazada. «Para mí fue un golpe –le dije–, pero enseguida me di cuenta de que ese hijo sería la cosa más importante de mi vida. Empecé a imaginar cómo sería mi vida contigo y que desde ese momento habías entrado en mi vida para siempre como el don más grande de Dios».