Al cierre de este número, Cataluña se encuentra todavía en plena campaña electoral para las elecciones del 27 de septiembre (27-S). Nos limitamos aquí a esbozar algunos puntos de reflexión sobre las cuestiones que las han precedido.
Una ojeada a la evolución de las manifestaciones de la Diada desde 2010, tras la sentencia que recortó el Estatut y provocó el inicio de una escalada a favor de la independencia, hasta entonces opción minoritaria, siguiendo por la de 2012, en la que las banderas ya eran mayoritariamente estrelladas, y acabando en la de este final de verano, nos muestra un «cambio de pantalla» en una buena parte de la sociedad catalana. Según muchos, ya no es posible una marcha atrás.
Nos duele, y creemos que es el sentir de una amplia mayoría, que se haya llegado a esta situación entre las instituciones del Estado y las de Cataluña; también que desde un partido bastante representativo se haya llegado a utilizar descaradamente la palabra «odio» con actitud movilizadora y que altos representantes institucionales hayan utilizado expresiones más que despectivas para calificar la manifestación de la Via Lliure.
También nos duele que se haya llegado a reducir una compleja cuestión histórica, donde entran en juego sentimientos muy arraigados, a una especie de combate entre «buenos» y «malos», «los míos» y «los otros», «los de aquí» y «los de allá»... El hecho es que, cuando impera la desconfianza recíproca, el diálogo se vuelve imposible.