El papa Francisco humaniza los procesos de declaración de nulidad matrimonial garantizando su gratuidad, agilidad y acompañamiento pastoral.
La noticia a primeros de septiembre sobre la reforma de los procesos de nulidad de los matrimonios católicos no pasó inadvertida para los medios de comunicación. Pero contrariamente a lo que se dijo o se pudo interpretar de lo comunicado en determinados medios, no se trata de un cambio doctrinal. La Iglesia no puede anular el matrimonio, pero sí declarar que nunca lo hubo si no se dieron las condiciones necesarias. Se trata, pues, de un cambio (¡y menudo cambio!) en la forma de realizar los procesos.
Una frase en los dos textos jurídicos que establecen este cambio (uno para el rito romano y otro para los ritos orientales) expresa la urgencia y la importancia de este paso. En ella se afirma que el sistema hasta ahora vigente ha contribuido a que muchos se alejen de la fe por la «distancia física y moral de las estructuras jurídicas de la Iglesia». Más allá de los pormenores del cambio, es un paso que se da en el contexto de una reforma de la Iglesia, a la que Francisco ve más como madre que como maestra, y por tanto también más como médico que como jueza.
Derecho canónico e «Iglesia- comunión»