Las vacaciones llegan ya a su fin, pero las historias vividas por cada uno de nosotros, si nos han enseñado algo, permanecen. Esta es una de ellas.
En Honduras viví durante una semana en una granja con 14 niños de todo el país, que
residían allí para estudiar bachillerato en un pueblo cercano. Un día los españoles les compramos un balón porque no podían pagarlo. Se lo compramos a un tal Jason por 100 lempiras (4,50 euros).
Dos horas después, más de diez niños vinieron a explicarnos que ese balón era de ellos, lo que parecía indicar que Jason se lo había quitado. Pasé los tres días siguientes intentando convencer a los chicos de que fueran a ver a ese “timador” para que les diera el dinero. Pero ellos parecían evitar el encuentro. Tomé su reacción como un signo de miedo a Jason, y decidí ir yo, aunque fuera solo. Al final me acompañaron cinco de ellos y otra española indignada.
Nuestra indignación era justa: Jason se había aprovechado de estos pobres chicos. Les había timado y le tenían tanto miedo que no se atrevían a reclamar lo suyo. «Seguro que se cree muy listo –pensé–, que piensa que las reglas no van con él, que lo que hace es “gracioso”. Ya he visto muchos adolescentes tan “inteligentes” como él y ninguno acaba bien».