Espiritualidad
Apuntes para entender esas prácticas que nacen de una sencilla y profunda convicción: Dios me ama y me llama.
Orar no consiste, propiamente, en dedicar algún rato durante el día a la meditación, en leer algún pasaje de la Sagrada Escritura o de textos de santos o en tratar de pensar en Dios o en uno mismo para una renovación interior. Esto no es la esencia de la oración. Como tampoco lo es recitar el rosario o las oraciones de la mañana o de la noche. Una persona puede hacer estas cosas durante todo el día y no haber orado ni un minuto. Para que la oración sea verdadera exige ante todo una relación con Jesús: ir con el espíritu más allá de nuestra condición humana, de nuestras ocupaciones, de nuestras oraciones –que son bellas y necesarias– y establecer una relación íntima y personal con Él.
Es indispensable que hagamos el extraordinario descubrimiento de que Jesús nos ama y nos llama. En el fondo ¿qué es la «vocación»? En el encuentro de Jesús con el joven rico se describe claramente en su forma más bella. Dice el Evangelio de Marcos: «Jesús, fijando en él su mirada, lo amó y le dijo: anda, cuanto tienes véndelo... ven y sígueme» (10, 21). Jesús nos mira así a cada uno de nosotros y nos ama, y nosotros sentimos ese amor suyo y podemos decidirnos a seguirlo. La vida de oración consiste, en esencia, en mantener una relación filial y fraterna con Jesús todo el día, todos los días. La oración es relacionarnos con Él y escuchar en silencio lo que nos dice.
La forma sustancial