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Palabra de vida - septiembre 2015

Fabio Ciardi

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12, 31).


Esta es una de esas palabras del Evangelio que piden ser vividas sin demora, inmediatamente. Es tan clara, límpida ¡y exigente! que no requiere muchos comentarios. Sin embargo, para captar la fuerza que encierra será útil situarla en su contexto.

Jesús está respondiendo a un escriba –un estudioso de la Biblia– que le ha preguntado qué mandamiento es el más grande. Era una cuestión abierta, puesto que en las Sagradas Escrituras se habían identificado 613 preceptos que hay que observar.

Uno de los grandes maestros que había vivido unos años antes, Shammay, se había negado a indicar el mandamiento supremo. Sin embargo, otros, como hará luego Jesús, se orientaban ya a poner en el centro el amor. Por ejemplo, el rabino Hillel afirmaba: «No hagas al prójimo lo que te resulta odioso a ti; esta es toda la ley. El resto no es más que explicación»1.

Jesús no solo adopta la enseñanza sobre la centralidad del amor, sino que aúna en un único mandamiento el amor a Dios (Dt 6, 4) y el amor al prójimo (cf. Lv 19, 18). Y la respuesta que da al escriba que lo interpela dice así: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

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