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Abrán, el pionero

Miguel Galván

Un mismo origen Las grandes religiones han irrumpido en el escenario político mundial. Parece como si Dios fuera un estandarte que hay que defender en lugar de un puente entre los seres humanos.
Nuestra historia empezó con el viaje del pastor Abrán. Sí, porque a su clan pertenecemos de una u otra forma todos los que estamos en esta parte del globo: judíos, cristianos y musulmanes de las más variadas denominaciones y herejías. Abrán, hijo de un tal Téraj, vivía en Ur de los Caldeos, una localidad que hoy se encuentra en Irak. O sea, este muchacho despierto y emprendedor hoy habría sido iraquí. Poseían piaras y rebaños y vivían en las benévolas orillas del río Éufrates, a la sombra de unos imponentes zigurats. En un momento dado de la historia –estamos en el año 2000 a. C. más o menos– esta familia “ampliada”, como solía ser entonces, se puso en marcha hacia la tierra de Canaán. ¿Para qué? Probablemente en busca de pastos, o quizás por motivos políticos. Y aquel grupo de hombres, mujeres y animales se detuvo a mitad de camino en la alta Mesopotamia, en una localidad llamada Jarán, que hoy está en Siria. Allí fue donde le ocurrió a Abrán un hecho extraordinario. Nadie sabe lo que ocurrió con precisión, pero seguramente el pastor de Ur tuvo una profunda experiencia de Dios, un encuentro personal con el Eterno que la Biblia condensa en palabras lapidarias: «El Señor dijo a Abrán: “Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré”». Es decir, para llamarlo a una experiencia nueva, Dios le pide que cambie de país y deje a un lado sus costumbres. La Biblia se refiere a Abrán con el término “hebreo”, Abrán el hebreo, y es el primer hombre denominado con este término, que significa “el que está al otro lado”. De hecho, Abrán está al otro lado de todo lo que le es familiar: abandona la seguridad de su tierra para ponerse en camino hacia un destino desconocido, y abandona la idolatría, común entre su gente, para seguir al único Dios. Es un verdadero pionero. Abrán, su familia, sus esclavos, sus piaras y sus rebaños (¡desde luego no era un pobretón!) se pusieron en camino hacia el país donde vivían los cananeos.

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