Me sorprendió mucho una escena que vi hace poco en un tren de cercanías. Un señor, ya mayor, se quejaba airadamente ante el revisor de que no funcionaba la megafonía del vagón y por tanto no se enteraba de cuál era la estación siguiente. Entiendo que estuviera molesto el buen hombre, pues dada su edad, seguramente necesitaba estar al tanto de las paradas. Lo que no acabo de entender es su actitud reivindicativa, como si el buen funcionamiento de la megafonía fuera un derecho adquirido. Me pregunto si tal hipotético derecho está incluido en el «contrato de transporte» que se suscribe al comprar un billete. Esto me hace pensar cuántos derechos, que no son tales, vamos reclamando por la vida. ¿No será que nos hemos acostumbrado mal y ya no somos capaces de soportar un mínimo inconveniente? Al menos, si se lo hubiera dicho al revisor con amabilidad, este no le habría respondido secamente que pidiera una hoja de reclamaciones en la estación.
R. A.