Ana es una sevillana de 27 años. Estudió Magisterio de Educación Especial y trabaja actualmente dando clases a niños, su gran pasión. Coherente con sus principios y fiel defensora de sus ideas, nos cuenta cómo ha vivido su fe a contracorriente.
Soy cristiana. No porque yo lo haya elegido, sino porque Dios me ha dado la fe. Y tengo que dar gracias por ella, porque me dio las fuerzas para aceptar, superar y “disfrutar” (que es lo más difícil) la enfermedad de mi padre. Después de su muerte vinieron otras dificultades, pero su enfermedad nos ayudó a enfrentarnos a los siguientes apuros y nos unió tanto como familia que a partir de entonces aprendimos a llevar las cosas con otra actitud.
Y digo que la fe no es cosa mía porque yo hubiera renegado hace mucho tiempo, como cuando, por ejemplo, en la facultad empezaron a mirarme como si fuera extraterrestre por no estar interesada en acostarme con chicos. O cuando veía esa mirada de «esta chica está loca» cada vez que decía que me iba a misa o que alguien me decía: «Ya cambiarás de opinión; te han comido el coco». Pero cuando Dios te da la fe, te da la fuerza. Aunque tienes que poner de tu parte y cuidarla, mimarla, educarla, es más grande que nosotros.
Hace unos años tuve una crisis de fe. Es algo complicado de explicar, porque no es que no creyese en Dios, sino que fue, podría decirse, una ceguera transitoria que me impedía verlo. Una ceguera que se transformó en un silencio interno, una pérdida de orientación, como si te arrancaran el corazón y solo quedase el vacío.