«Iba cansada por las calles de una ciudad y, bastante despistada, buscaba el autobús y no tenía muchas monedas. De pronto, veo a un chico de color que pedía de rodillas en el suelo frío. Me acordé de la frase del Evangelio: “…a quien te pide, dale…”, y le di los 2 euros con los que pagaría el autobús, pensando que quizá luego no tendría cambio. Pero después todo se resolvió con mucha facilidad, como si alguien me guiara. Me sorprendió y hasta me sentía mejor que antes de encontrar a este chico que pedía ayuda».