«Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Ef 2, 4-5).
Cuando el Señor se apareció a Moisés en el Monte Sinaí, proclamó su propia identidad llamándose «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34, 6). Para indicar la naturaleza de este amor de misericordia, la Biblia hebrea utiliza una palabra, ra??mîm, que se refiere al vientre materno, el lugar de donde proviene la vida. Al darse a conocer como «misericordioso», Dios muestra la solicitud que tiene por toda criatura suya, semejante a la de una madre por su niño: lo quiere, está cerca de él, lo protege, se preocupa de él. La Biblia usa también otro término, ?esed, para expresar otros aspectos del amor-misericordia: fidelidad, benevolencia, bondad, solidaridad.
También María canta en su Magnificat a la misericordia del Omnipotente, que se extiende de generación en generación (cf. Lc 1, 50).
El propio Jesús nos habló del amor de Dios, a quien reveló como un «Padre» cercano y atento a cualquier necesidad nuestra, dispuesto a perdonar, a dar todo aquello que necesitemos, que «hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5, 45). Su amor es en verdad «rico» y «grande», tal como lo describe la carta a los Efesios, de la que está tomada la Palabra de vida: