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¿Quién se ha perdido?

Pilar Cabañas


Mara no había podido dormir. Estaba nerviosa porque se iba de excursión. «¿Querría alguien sentarse con ella en el autobús?». «¿De qué sería el bocata?». Ya había visto que mamá le había comprado sus galletas preferidas. Su padre, encargado de llevarla al cole, ese día se sorprendió al ver que ella lo estaba esperando.
Cuando llegaron, el autobús estaba ya en la puerta del colegio. En cuanto se puso en marcha, Mara apoyó la cabeza en el cristal y se durmió. La despertó el jaleo. «Buenos días, Mara –dijo la profe sonriendo–. Hemos llegado». Caminando hacia el castillo, Mara iba con sus grandes ojos muy abiertos: arroyos, mariposas, ardillas… ¡Qué bien le supo el bocadillo cuando llegaron!
Como en cualquier clase, también en la suya había niños que siempre buscan reírse de alguien. Con engaños Mario, Lucía y Sebas la alejaron del grupo para luego dejarla sola y verla llorar desde lejos. Pero estaban en desventaja. ¡Eran chicos de ciudad!, mientras que Mara solía salir al campo con su abuelo a ver dónde viven los conejos, buscar nidos, trepar árboles…
Al quedarse sola, Mara se tumbó tranquilamente al sol. No habían pasado 10 minutos cuando empezó a oír voces, primero bajitas y luego altas y desesperadas: «¡Nos hemos perdido! ¡No encontramos el camino hacia el castillo!». Cuando Mara abrió los ojos, los vio llorando alrededor suyo. «¿Nos estás oyendo? ¡Estamos perdidos!». «Querréis decir que “estáis”», respondió con retintín. «¿Tú sabrías volver?», preguntaron. «Sí», dijo ella. «¡Entonces estamos salvados!», gritaron. «Depende», respondió. «¿De qué?». «De si sois capaces de aprender algo. ¿Por qué estamos aquí?». Ellos, avergonzados, miraron al suelo. Mara no era tan tonta como pensaban. «Si os saco de aquí –dijo tajante–, debéis prometer que se acabaron las bromas pesadas». Y como una promesa así podía llevársela el viento, los chantajeó. Si rompían su promesa, ella contaría que habían llorado como bebés al caer en su propia trampa.

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