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Estado Islámico no es el islam

Roberto Catalano

Después de que las fuerzas del Estado Islámico de Iraq y Siria conquistaran Mosul, la segunda ciudad de Iraq, en todo el mundo se desencadenó una auténtica ola de justificado pavor.
A partir del 10 de junio de 2014, cuando tras tres días de asedio, las fuerzas del Estado Islámico (EI) conquistaron Mosul, la segunda ciudad de Iraq, el mundo empezó a darse cuenta de que existía algo que hasta ese momento era prácticamente desconocido para la opinión pública, sobre todo en Occidente. Ante el poder del EI –también conocido como ISIS, por sus siglas en inglés, y DAESH, acrónimo árabe de al-dawla al-islâmiyya fi I-‘Irâq wa I-Shâm, o sea, Estado Islámico de Iraq y Siria– se desencadenó, y aún perdura justificadamente, una verdadera oleada de pavor, provocada por algunos elementos nuevos, desde cierto punto de vista inesperados, y por una campaña mediática insistente. Con todo, el fenómeno del EI sigue siendo una cuestión abierta y desde luego no es de fácil lectura. Los hechos que dieron a conocer este fenómeno al mundo son bien conocidos. En primer lugar se produjo un avance fácil del EI, ante el cual las tropas del ejército regular iraquí se disolvieron como la nieve al sol: los oficiales huyeron y miles de soldados abandonaron sus armas y sus uniformes. Al cabo de veinte días, su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, hizo una proclama dirigida a la umma (comunidad de creyentes del islam), afirmando que «hoy el mundo está dividido en dos campos, el del islam y la fe por un lado, y el de los kufr (infieles) y la hipocresía por otro». Presentándose como el legítimo sucesor de Mahoma y eligiendo un nombre que pretende confirmar su descendencia directa de la familia del profeta, además de mostrarlo visiblemente poniéndose el turbante negro que llevan los sayyid (descendientes de Mahoma), Al-Baghadi invitó a los «musulmanes, dondequiera que estén, a alzar finalmente la cabeza porque ya tienen un estado, un califato», que les va a restituir su dignidad, su poder, sus derechos y su liderato. Unos días más tarde empezaron a llegarnos esas escalofriantes imágenes de decapitación de rehenes occidentales (americanos e ingleses), mezcladas con otras, nunca antes vistas, de centenares de musulmanes asesinados, ya sea porque eran chiíes o porque no estaban dispuestos a someterse al nuevo califato. Contemporáneamente se produjo un éxodo bíblico de cristianos y yazidíes de los valles de Iraq, ya que, como había dicho el portavoz del EI, «con la constitución del califato todos los no musulmanes deberán jurar fidelidad al califa Ibrahim».

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