A propósito de los atentados de París, Nigeria y Pakistán.
Tras los asesinatos de París, Nigeria y Pakistán, nos preguntamos para qué sirve el diálogo entre personas de religión y cultura distintas. Yo me permito darle la vuelta a la pregunta: ¿Se puede vivir sin diálogo en un mundo globalizado? Y es que estamos en un planeta donde, además de los crecientes flujos migratorios voluntarios por motivos de trabajo u otros, en distintos puntos de la Tierra hay pueblos enteros obligados a huir porque son perseguidos. Desarraigados de su mundo y su futuro, acaban conviviendo forzosamente con personas de razas, culturas, opiniones y creencias distintas.
En los países occidentales una pregunta es apremiante: ¿Cómo se vive con esta gente? La respuesta es clara: o dialogamos o nos combatimos unos a otros. Pero combatirse conduce a la destrucción tanto de los residentes como de los inmigrantes, mientras que la apertura y el diálogo crean vida y conducen a la vida, pues el diálogo entre personas de creencias distintas lleva siempre a construir juntos algo válido para el bien de la sociedad en que viven y para toda la humanidad, porque cada acción se basa en el hecho de reconocerse como hermanos. Esto lo he podido constatar en mis viajes a Oriente Próximo, África y Asia en contextos dramáticos en los que niños, familias y muchas otras personas viven este diálogo con coraje y esfuerzo en la escuela, con sus vecinos y en su ámbito laboral.