Muchas personas quieren trabajar y no pueden, mientras muchas otras se ven obligadas a trabajar cada vez más.
El trabajo en España presenta en estos tiempos su cara más dura y difícil. Se ha convertido en motivo de sufrimiento para millones de personas que, queriendo trabajar, no pueden hacerlo, y para millones de personas que ven cómo sus condiciones laborales se hacen más precarias. La experiencia del trabajo tiene por naturaleza, desde que el hombre es hombre, una dimensión de cansancio y esfuerzo –«Con el sudor de tu frente comerás el pan» (Gn 3, 19)–, pero hoy no es ésa la principal herida del trabajo, sino un sufrimiento añadido que se puede y se debe evitar.
En muchos casos, el trabajo ha quedado reducido a mercancía al servicio de la obtención de rentas, y los trabajadores reducidos a “recursos humanos” que pueden ser manejados a base de palo y zanahoria (léase control e incentivos). Una visión triste, pobre y pesimista del trabajo y los trabajadores que, no nos engañemos, es la que se encuentra detrás de las sucesivas reformas del “mercado” laboral que hemos aplicado y que al menos deberían haber aumentado significativamente el número de puestos de trabajo. Pero no ha sido así.