E n la sociedad en que nos toca vivir no es raro encontrarse con las uniones extramatrimoniales. Se han extendido tanto que no las podemos mirar como un fenómeno ajeno a nosotros, sino como una situación que posiblemente se plantee en nuestro ámbito familiar o de amistades. Cada cual tendrá su opinión al respecto, pero no estoy seguro de que jurídicamente tengamos las ideas claras. Y esto último, a mi parecer, es verdaderamente importante, porque así podremos ofrecer en ciertos casos algún consejo útil.
Es cierto que, ante muchas situaciones de convivencia de hecho, se nota la seriedad de una opción de una pareja que, por convicción, no quiere contraer matrimonio ni religioso ni civil. Pero asimismo es cierto que, a menudo, oigo con tristeza expresiones del tipo: “Queremos vivir juntos, pero sin papeles de por medio que nos aten” o “nuestra relación es algo personal que a nadie más que a nosotros interesa”. Y digo que las oigo con tristeza no sólo porque traslucen cierta superficialidad, sino también por el desconocimiento que entraña de los aspectos jurídico-sociales de esas uniones. En efecto, hay mucha gente que cree que, por no casarse, la relación de pareja y sus consecuencias quedan en el más estricto ámbito privado. Sin embargo eso no es del todo exacto.