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Acciones pequeñas que cambian mi mundo

María Vicente

María Vicente, una joven murciana, trata de vivir y crear un mundo unido allí donde está.
Desde hace unos meses vivo en el barrio de Vistabella de Murcia. El ser nueva en el barrio me ha dado la posibilidad de empezar de cero a relacionarme con todos, sobre todo gracias al máster de interculturalidad que estoy haciendo. Para algunas asignaturas he tenido que hacer prácticas y he aprovechado para realizárselas a personas “nuevas”: desde mis vecinos del bloque, jóvenes y ancianos, hasta vecinos de los locales del barrio, como un señor argentino de un asadero de pollos quien tras la confianza creada, ¡me ha contratado para ayudarlo unas horas! O un nigeriano de un locutorio que se prestó a contestar a mis preguntas y, como no me entendía bien, me dedicó dos horas sin problema. Se lo agradecí llevándole unos dulces y ahora me trata como una amiga. También tuve que realizar varias “observaciones” en un bar; pasé buenos ratos allí... Y por último, he tenido la suerte de que me permitieran realizar unas entrevistas a dos personas gitanas. Más allá de los resultados obtenidos para el máster en sí, lo que más me ha gustado de estas actividades son las relaciones que he creado. Después, en mi edificio, últimamente hemos empezado a sorprendernos llevándonos fruta y verdura unos a otros. A los vecinos de mi piso hacía tiempo que los había invitado a merendar a mi casa. El día de la merienda tenía que hacer un trabajo urgente para la universidad, así que me levanté temprano para hacer el bizcocho, y justo cuando acabé de hacerlo, llamó una de las vecinas a la puerta para decirme si podíamos dejar la merienda para otro día... Intenté no enfadarme, sino cogerlo por el lado positivo. Ahora tenía un bizcocho para compartir con otras personas y contaba con más tiempo para dedicarlo a los estudios. Hace poco viví otro pequeño hecho con un vecino mayor al que me encontré al llegar a casa. Me dijo que había salido a comprar pan, pero se había encontrado la tienda cerrada. Yo llevaba una barra recién comprada y le ofrecí la mitad. Él, al principio, se negaba, pero luego aceptó contento y yo también por compartirlo. Otro vecino que se estaba mudando a vivir al portal de al lado me pidió un exprimidor. Se lo llevé enseguida. Pasaban las semanas y no me lo devolvía. Fui a verlo interesándome en primer lugar por su salud, pero en cuanto me vio me dijo que tenía el exprimidor listo para dármelo… Ahora he comenzado a colaborar como voluntaria de la Fundación del Secretariado Gitano. Cuido a los niños más pequeños mientras las madres hacen cursos. Aunque al principio me da pereza, porque es justo después de comer, intento ir con el propósito de crear relaciones verdaderas que me ayudan a romper prejuicios y a amar, sabiendo que es un paso más por el mundo unido.



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