Muchas veces, cuando estamos enfermos, vamos a la consulta de un profesional y éste indaga sobre los síntomas que presentamos para llegar a un diagnostico y a un tratamiento. ¿Quién decide las pruebas y el tratamiento necesario? ¿Qué papel desempeñan el profesional, el paciente y los familiares?
Podemos pensar que corresponde al médico tomar estas decisiones, pero para muchas dolencias no hay una opción indiscutiblemente asociada a una mejora de la calidad de vida o la supervivencia. Muchos dictámenes clínicos se sitúan en una zona de sombra en que lo óptimo para cada caso no está claro, y por tanto es sensato poder escoger entre opciones diferentes e incluso opuestas. En general, vemos lo que queremos ver, pero no es todo lo que hay. A menudo olvidamos que, cambiando nuestra forma de pensar, cambiamos nuestra vida y la de los demás.
Algunas investigaciones muestran que muchos pacientes tienen claras preferencias entre los posibles tratamientos, aunque sus médicos no las comprendan. Por ejemplo, el 89% de las mujeres con carcinoma mamario quieren un papel activo en el tratamiento, o compartir las decisiones, pero sólo en un 24% de los casos el médico percibe esa preferencia. ¿Cómo corregir esta cuestión?
Para incorporar las preferencias del paciente al tomar decisiones se requiere un cambio en las actitudes y aptitudes de ambas partes. Éstas se enmarcan en un proceso complejo de relación médico-paciente-familia que permite ajustar la información disponible y regular la toma de decisiones.