Nos sorprende la solidaridad de esas familias que ayudan a los demás. Nosotros, con tres niños, una hipoteca, un trabajo estable y otro precario, ¿podemos hacer algo por los demás? L. y P.
Nos sorprende la solidaridad de esas familias que ayudan a los demás. Nosotros, con tres niños, una hipoteca, un trabajo estable y otro precario, ¿podemos hacer algo por los demás? L. y P. Las familias jóvenes son las que más sufren la inseguridad por el futuro, pero también es verdad que un poco de incertidumbre despierta la conciencia. Antes la teníamos adormilada por el exceso de consumo, y ahora se nos ha vuelto más sensible por la realidad que nos muestran los medios de comunicación. Hay gente que da, según sus posibilidades, inventándose formas originales. Sé de parejas jóvenes que se intercambian ropa de los niños, usada pero en buen estado; o ancianos que se esfuerzan en ahorrar y el día que cobran la pensión también hacen su ingreso para un apadrinamiento. Hay familias que cuidan niños u organizan fiestas para ellos. Más incluso que dar, lo que vale es «darse», y puede ser en tiempo, habilidades, ideas, fuerza física, escucha, afecto, oración… Y para ello todos los sitios son buenos: la escuela, el trabajo, el barrio, la comunidad de vecinos… Se trata de poner en la familia las bases de una «cultura del dar», que algún día nos llevará a una fraternidad a mayor escala.