Donarse a Dios y esperar a que te sorprenda. Un episodio en la vida de Vicente Correa.
A 4.300 metros de altitud la temperatura por la noche puede bajar incluso hasta 20º bajo cero. Cinco mantas no son suficientes; además, una hay que ponerla encima del colchón para amortiguar el frío que llega por debajo. Y por supuesto, aquí no hay ni calefacción ni agua caliente. Estamos en Caylloma, una pequeña localidad del Departamento de Arequipa, en el sur de Perú, que debe su existencia a unas minas descubiertas a mediados del siglo XVI. Encaramada en la cordillera andina, la población de Caylloma es en parte de habla hispana y en parte de habla quechua o aimara. Llegar hasta aquí no es fácil. La carretera desde Arequipa hasta Chivay, unos 160 kilómetros, está asfaltada, aunque es generosa en curvas. Pero luego ya no hay carretera, sino otros 100 kilómetros de pista que en época de lluvias y con las nevadas se torna intransitable. En total, unas seis horas en autobús. ¿Qué hace aquí Vicente? Este canario, que ahora vive en Granada, se había unido a otros tres miembros de los Focolares, uno llegado desde Italia, otro de Bogotá y otro de Lima, para echar una mano en varias Mariápolis que se llevarían a cabo en Perú. En la que se realizó en Arequipa conocieron a tres jóvenes, dos chicos y una chica, que habían ido precisamente de Caylloma. «Tal fue la confianza que depositaron en nosotros –dice Vicente– que se hizo necesario ir a visitarlos, estar unos días con ellos y aprender de ellos». Apenas fueron tres días, peros cargados de contenido. Justo eran las fiestas del pueblo y durante toda la semana en el colegio llevan a cabo actividades asociadas a las fiestas. Y allí se van los visitantes acompañados por Severo, el padre de uno de los chicos que había participado en la Mariápolis. Todos los alumnos están tomando parte en una especie de competición de gastronomía, así que se unen a ellos y quedan admirados por su capacidad de trabajo en equipo. Cada clase prepara de una manera muy artística los platos a degustar. Vicente, que precisamente se dedica a la docencia, ve en todo esto «algo muy educativo». Al día siguiente vuelven al colegio; tocaba decorar las aulas, también en plan concurso y también en equipo. Por último, el viernes se levantan a las cinco de la madrugada para ir al campo a recoger leña en un camión que costean entre todos los alumnos. La leña serviría para hacer la hoguera la víspera de la fiesta.