Dos personalidades distintas, dos hombres excepcionales que cambiaron la Iglesia y el mundo.
Tanto en la historia humana como en la de la Iglesia, la providencia divina de vez en cuando manda a este mundo ángeles y profetas. Los primeros parecen bendecidos por una bondad natural absolutamente sorprendente, y aunque no lleven alas, son verdaderos mensajeros de Dios que le devuelven al mundo la fe en el hombre, y lo hacen renacer. Los segundos son valientes, personalidades hechas a base de golpes, y en ellos parece que el mensaje que Dios nos manda es que en medio del sufrimiento y de la dificultad, el hombre puede cambiar el mundo. Dos caminos convergentes hacia un mismo fin: devolverle al mundo la esperanza. Así fueron María y Pedro, Juan Evangelista y Juan Bautista, Francisco de Asís e Ignacio de Loyola. Y Juan XXIII y Juan Pablo II. Un ángel el primero, un profeta el segundo, dos caricias de Dios para el siglo XX. El párroco del mundo Decía el escritor Jesús Iribarren que si Pío XII era «un hombre moderno», Juan XIII fue «un hombre»: «A Pío XII le miraban los cultos con los ojos abiertos; a Juan XXIII le escuchaban los sencillos con los ojos húmedos».