A lo largo de la historia de la humanidad siempre ha habido personas con una especial propensión a la barbarie, la violencia y la guerra.
A lo largo de la historia de la humanidad siempre ha habido personas con una especial propensión a la barbarie, la violencia y la guerra. Pero también es verdad que ha habido personas inteligentes, humanas y generosas que han trabajado, y trabajan, incansablemente por una cultura de paz y diálogo.
Fue en torno a 1200 cuando un personaje insólito, Francisco de Asís, que todavía nos sorprende, renunció a sus riquezas y empezó a hacer cosas que la gente de su tiempo consideraba auténticas locuras. No obstante el riesgo, por ejemplo, corrió al terreno del adversario para hablar con el sultán Melek el Kamel. Lo que muchos de sus contemporáneos consideraron una peligrosa excentricidad no era sino un acto de profunda fidelidad al Evangelio, que siempre propone la paz y el amor a los demás sin fijarse en lo que son ni en lo que creen.
Pues el nombre y el carisma de Francisco de Asís es el que ha tomado el papa Bergoglio como inspiración de su pontificado. Su actitud y modo de razonar evangélicamente nos coloca de una forma renovada ante todos los ámbitos de la vida, limpiando la mente y el alma de prejuicios. Nos invita a superar ese criterio mezquino de aceptar a unos porque son de los míos y rechazar a otros porque no lo son. Cuando miramos con simpatía a quienes tienen nuestras mismas convicciones y con recelo a quienes piensan de manera diferente, no estamos construyendo la paz. Hemos de ver nuestro país, nuestra Europa y el mundo entero como una gran familia de pueblos, culturas y convicciones.
La economía también necesita ser purificada. La paz nunca se alcanzará mientras la riqueza de unos se consiga a costa de la explotación de otros. El crecimiento sólo será válido si su finalidad es el bien común. Que nadie quede por encima de nadie. Si somos capaces de dar este paso, nos daremos cuenta de que lo realmente importante en la vida ni se vende ni se compra.
Habrá quien diga que somos unos soñadores, que la paz es una utopía inalcanzable. No importa. Hemos de estar convencidos de que un mundo sin paz, un mundo sin una economía al servicio del bien común, es un mundo sin futuro. Hemos de estar convencidos de que si hacemos nuestra parte, por pequeña que sea, el mundo será un poco mejor.
CN