La brecha salarial aumentó en España el último año en plena crisis.
Las alarmas se están disparando. La desigualdad económica y social ocupa las primeras páginas de los periódicos, está en el centro del debate social y político, y es objeto de estudio por parte de instituciones nacionales e internacionales. También el papa Francisco alza su voz de pastor, sobre todo en su reciente exhortación apostólica Evangelii Gaudium, para criticar, con palabras incómodas para algunos pero tremendamente claras, la versión actual, individualista y financiera de nuestro sistema económico capitalista. No es para menos. Un informe hecho público a finales de enero pasado por Oxfam Intermón dibuja un cuadro demoledor que presenta rasgos típicos de una sociedad feudal que ya creíamos superada. Según dicho informe, sólo 85 personas poseen lo mismo que la mitad de la población mundial. En España, donde no faltan quienes quieren echar las campanas al vuelo y dar la crisis por finiquitada, 20 fortunas poseen una riqueza equivalente a los ingresos del 20% de la población más pobre. La brecha salarial entre los que más cobran en las empresas y los que menos ha crecido a marchas forzadas durante la crisis. España, de hecho, es uno de los países de Europa donde esta brecha es más grande. El semanal británico The Economist la situaba hace unos meses por encima de 800:1. Eso, traducido, quiere decir que una sola persona gana lo mismo que ochocientas. Y sabemos que en algunas empresas esa diferencia es aún mayor. La reducción salarial que se está produciendo y que el Fondo Monetario Internacional sigue preconizando no parece afectar por igual a todas las personas. László Andor, comisario de empleo de la Comisión Europea (CE), recientemente afirmaba: «Lamentablemente, no podemos decir que tener un trabajo sea equivalente a tener un nivel de vida decente». No es lamentable, es indignante y escandaloso.