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Año bisiesto, ¿año siniestro?

Miguel Galván

Saber vivir Este año hemos tenido 29 de febrero. Una aparente anomalía que nos ayuda a reflexionar sobre el tiempo y sus trampas.
¿De dónde arranca la tradición de que esa protuberancia del calendario es siniestra? Sin duda, como cualquier superstición, carece de fundamento. En los anales no hay nada que avale la sospecha de que ese día añadido conlleve daños. Si observamos la vida de la humanidad con la lupa de la historia, veremos que el bien y el mal están repartidos en el tiempo según un plan difícil de entender. Para quien tiene fe, está trazado por la sabia mano del Eterno, aunque no faltan los inagotables y hasta trágicos antojos de la libertad humana. La mala fama del 29 de febrero tiene sus raíces históricas, pero no tienen nada que ver con el hecho de que sea un día de más, sino con el mes en el que cae. En los tiempos de la fundación de Roma, Numa Pompilio, el segundo de los sietes reyes de Roma, añadió februaius al calendario de entonces. Era el mes en que se celebraban los februa, o sea, los ritos de purificación dedicados a las potencias del infierno y uno de los februa eran los feralia, término del que viene el adjetivo “feral”, que significa “cruel”, que el día 21 del mes abrían las puertas para que regresaran los muertos. Pues bien, de ahí arranca la antipatía que algunos le tienen al día 29 de febrero. El año bisiesto también tiene sus orígenes en Roma. Julio César, después de haber sometido a varios pueblos, también quiso controlar de alguna forma al enemigo-amigo más obstinado del hombre: el tiempo. Así que llamó a uno de los astrónomos más famosos de la época, Sosígenes de Alejandría, y contó con la ciencia de los griegos, con los cálculos egipcios y las observaciones del cielo babilónicas. El nuevo calendario juliano que iba a nacer tendría 365 días, y no 355, como hasta entonces. César, además de fijar las campanadas de fin de año, introdujo el año bisiesto para mantener su calendario acorde a los cambios de estación, que si no habrían ido rodando hacia delante. El día de más lo colocó entre el 23 y el 24 de febrero; y lo llamó bis sexto ante kalendas Martias (dos veces sexto antes del primero de marzo). De hecho, el día 24 caía seis días antes del primero de marzo. Y de ahí viene el nombre de “bisiesto”. El tiempo ha interpelado siempre al ser humano, y éste lleva intentando comprenderlo desde hace trece mil años, cuando un hombre neolítico, en la aldea de Le Placard, grabó las fases lunares en un hueso de águila. Pero el tiempo también desafía al hombre, ya que puede inducirlo al pesimismo. El tiempo se desvanece demasiado rápidamente, es extremamente frágil entre las manecillas del reloj y delicado como pétalos de rosa.

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