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Investigaciones recientes demuestran que muchos embarazos «no deseados» resultan en «hijos queridos».
Que todo hijo sea «deseado» es un principio sobre el que se apoyan muchas organizaciones de planificación familiar promotoras del aborto con la inaceptable pretensión, entre otras, de evitarle a la sociedad individuos problemáticos. El argumento roza la eugenesia, una intención latente a la largo de la historia, pero en este criterio se han apoyado innumerables leyes de regulación del aborto en todo el mundo. Checoslovaquia, por ejemplo, modificó los términos de su ley sobre el aborto tras el estudio del psicólogo americano Henry David a principios de los años 60. Éste había considerado el caso de 220 checoslovacas a las que se les había impedido abortar por estar fuera del plazo permitido. Durante años siguió la evolución de los hijos y llegó a la conclusión de que los niños nacidos de embarazos no deseados afrontaban desventajas significativas: periodo de lactancia más corto, sobrepeso, casos de enfermedades agudas, peor rendimiento escolar, etc. En suma, parecían menos capacitados, por eso David afirmaba que «el hijo de una mujer que haya querido abortar nace en una posible situación de inferioridad». No obstante, David reconocía que su estudio no contaba con los parámetros adecuados para determinar si el hecho de ser un hijo no deseado era la causa de tales problemas o si influía también el nivel económico de la familia. David mismo calificaba esta deficiencia como «el talón de Aquiles» de su estudio. Otro estudio más reciente del economista Steven D. Levitt concluye que las mujeres que lo han planificado dan a luz niños mejor adaptados, de donde se deduce que el aborto podría considerarse como un bien social.