Jorge Rodríguez, un burgalés de 22 años, finaliza este curso su licenciatura en Gante (Bélgica) con una beca Erasmus. Una experiencia que –asegura– abre la mente y el corazón.
Me lancé a esta aventura de finalizar mi licenciatura en Gante porque quería comprobar si era capaz de valerme por mí mismo en un entorno desconocido, empezando de cero y con la dificultad añadida de la lengua, el inglés en mi caso. Han pasado dos meses y no puedo estar más satisfecho. Desde un punto de vista académico, además de la mejora evidente del inglés, destacaría el papel que tienen aquí los alumnos en clase; mucho más activo que en España. Y en contra de los tópicos, la exigencia es alta y todos los estudiantes, erasmus o no, somos tratados por igual. Por otro lado, la posibilidad de conocer ciudades, paisajes, gastronomía o rincones diferentes es una verdadera suerte. En mi caso, en un radio de hora y media puedo encontrarme en Brujas, Amberes, Bruselas, Lovaina y, cómo no, el propio Gante, una ciudad realmente bonita. Pero si algo valoro por encima de todo son las relaciones que se construyen. Tal vez es el “miedo” a estar solo en un ambiente que no conoces o la ocasión de empezar de cero con personas totalmente distintas o que haya tenido la gran suerte de convivir con personas de más de 30 nacionalidades en una misma residencia. Sorprende la disposición que tienen todos para crear un clima de amistad y cercanía. Un amigo de Madrid, que he conocido aquí, me decía que esta experiencia le estaba abriendo los ojos «como no hubiera imaginado nunca», y no puedo estar más de acuerdo.