El viaje duró cinco días. Se trataba de un viaje “científico” y visitaron museos de alto interés, practicaron rutas para localizar huellas de dinosaurios...
El viaje duró cinco días. Se trataba de un viaje “científico” y visitaron museos de alto interés, practicaron rutas para localizar huellas de dinosaurios y encontrar fósiles y, por supuesto, se divirtieron bastante (y sanamente) con sus compañeros. Como no podía ser de otra manera, la primera narración de los hechos a sus padres se limitó a los tópicos y monosílabos propios de la adolescencia. A los pocos días, en cambio, se produjo una apasionada y efusiva conversación sobre lo más interesante y “asombroso” del viaje. Ni las huellas de los dinosaurios ni uno de los mejores museos “interactivos” del mundo ni los yacimientos arqueológicos. Lo más asombroso había sido… un caracol que se había cruzado en la vida de esta estudiante de primero de bachillerato en una pradera y que la había acompañado durante todo el viaje. Tras una semana, lo que había generado más interés en esta chica había sido… ¡un caracol! Todos los que somos padres y educadores recordamos aquellas preguntas “imposibles” de nuestros hijos o alumnos cuando eran pequeños: «¿Por qué no puedo pisar mi sombra?», «¿Por qué las magdalenas se ponen duras y las galletas blandas?». Todos recordamos las manifestaciones de algo que, con el paso del tiempo, quizás hemos ido ahogando o dejando que se ahogue: el asombro, el estupor. Da la sensación de que estamos inculcando a nuestros hijos y alumnos un tipo de inteligencia basada casi exclusivamente en la “saturación” de conocimientos, actividades y estímulos externos (e impuestos). A juicio de los expertos, estamos induciendo una “sobreestimulacion” que, en palabras de la abogada, madre y escritora Catherine L’Ecuyer, es «dar al niño o niña, de afuera para adentro, lo que no necesita»1 . Entre los expertos en Ciencias Sociales se va extendiendo la idea de que estamos “anticipando” los conocimientos a los alumnos en lugar de propiciar el interés o despertarlo; o lo que es lo mismo, motivar el aprendizaje. Y una forma de motivar (mover) es potenciar, desarrollar y propiciar la capacidad de estupor, de asombro. Aquel viaje había sido muy interesante, pero lo que realmente había “movido” el aprendizaje, porque había despertado el asombro, había sido el caracol.