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Fuente de nueva luz

Chiara Lubich

Palabra de vida de mayo del 2008 “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co 3, 17
“Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co 3, 17) El apóstol Pablo escribe a los cristianos de la ciudad de Corinto, a los que quería particularmente. Había vivido con ellos durante casi dos años, del 50 al 52. Había sembrado la Palabra de Dios, poniendo las bases de la comunidad cristiana y generándola igual que un padre . Pocos años más tarde, cuando vuelve a visitarlos, algunos desacreditan en público su autoridad de apóstol . Es la ocasión para reafirmar la grandeza de su ministerio. Él no anuncia el Evangelio por propia iniciativa, sino porque Dios le mueve a ello. La Palabra de Dios para él no tiene ningún misterio porque el Espíritu Santo se la ha hecho comprender a la luz de cuanto ha sucedido en Cristo Jesús. Por eso puede vivirla y anunciarla con plena libertad, porque le permite entrar en comunión con el Señor y transformarse en Él, hasta ser guiado por su mismo Espíritu de libertad. “Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.” Hoy, como en los tiempos de Pablo, Jesús Resucitado, el Señor, sigue actuando en la historia a través de su Espíritu, especialmente en la comunidad cristiana. También a nosotros nos concede comprender toda la novedad del Evangelio y lo escribe en nuestros corazones para que sea la ley de nuestra vida. No nos guían leyes impuestas desde afuera; no somos esclavos obligados por mandatos que no nos convencen y no compartimos. El cristiano se mueve por un principio de vida interior, que el Espíritu depositó en él mediante el bautismo, y su voz repite las palabras de Jesús y le hace comprender toda su belleza, expresión de vida y de alegría: las hace actuales, enseña cómo vivirlas e infunde a la vez la fuerza para ponerlas en práctica. Gracias al Espíritu Santo, el mismo Señor viene a vivir y a actuar en nosotros y nos hace Evangelio vivo. Ser guiados por el Señor, por su Espíritu, por su Palabra: ¡he aquí la verdadera libertad! Coincide con la realización más profunda de nuestro yo. “Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.” Pero sabemos que, para que el Espíritu Santo actúe, se requiere plena disponibilidad para escucharlo, dispuestos a cambiar nuestra mentalidad, si fuera necesario, y luego adecuarnos plenamente a su voz. Es fácil dejarse esclavizar por la presión que ejercen la costumbre y el consenso social, que pueden llevarnos a opciones equivocadas. Para vivir la Palabra de vida de este mes, hay que aprender a decir “no” decididamente a lo negativo que aflora en nuestro corazón cada vez que nos viene la tentación de adecuarse a modos de actuar no evangélicos; y aprender a decir “sí” con convicción a Dios cada vez que sentimos que Él nos llama a vivir en la verdad y en el amor. Descubriremos el vínculo que hay entre la cruz y el Espíritu, como entre la causa y el efecto. Cada corte, cada poda, cada “no” a nuestro egoísmo es fuente de luz nueva, de paz, de alegría, de amor, de libertad interior, de realización de uno mismo; es una puerta abierta al Espíritu. En este tiempo de Pentecostés, Él podrá otorgarnos sus dones con mayor abundancia; podrá guiarnos; seremos reconocidos como verdaderos hijos de Dios. Estaremos cada vez más libres del mal y seremos cada vez más libres de amar. “Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.” Esta libertad la encontró un funcionario de Naciones Unidas durante su último cargo en uno de los países de los Balcanes. Las misiones que le asignaban eran un trabajo gratificante, aunque extremadamente comprometedor. Una gran dificultad eran los largos periodos lejos de su familia. Además, cuando volvía a casa, le costaba dejar fuera de la puerta la carga del trabajo en el que andaba metido y dedicarse con el alma libre a los niños y a su mujer. De repente, un traslado a otra ciudad de la misma región adonde era impensable llevarse a la familia, porque, no obstante los acuerdos de paz apenas firmados, seguían las hostilidades. ¿Qué hacer? ¿Qué valía más, la carrera o la familia? Habló largo y tendido con su mujer, con quien compartía una intensa vida cristiana. Pidieron luz al Espíritu Santo y juntos buscaron la voluntad de Dios para la familia. Finalmente, la decisión: dejar ese trabajo tan ambicionado; decisión verdaderamente insólita en ese ámbito profesional. “La fuerza para tomar esta decisión -cuenta él mismo- fue fruto del amor recíproco con mi mujer, que nunca me había hecho pesar los sinsabores que yo le causaba. Por mi parte, busqué el bien de la familia por encima de la seguridad económica y de la carrera, y encontré la libertad interior”.



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