En 2013 se ha celebrado el bicentenario del nacimiento de estos dos grandes músicos. Estilos distintos pero un idéntico amor por el ser humano.
Llora Rigoletto y se desespera; Violeta se sacrifica por amor y Aída muere soñando ir al cielo con su amado. ¡Cuánta pasión en los personajes de Verdi! Luchan, rezan, imprecan, mueren, pero en tiempos breves. El teatro verdiano, de hecho, gusta de la síntesis, quiere llegar pronto a la conclusión del drama, de cualquier drama humano, incluida la política o la religión (Don Carlos), la comedia amarga (Falstaff) o la locura de los celos (Otelo). No hay nada en los sentimientos humanos que escape a la mirada implacable y muy poco optimista de Verdi. En absoluto un compositor patriótico, título que le endosaron después de la unificación de Italia, o músico del tachún-tachún, Verdi es un autor trágico, shakespeariano, potente, un italiano cerrado que ama su tierra de Emilia, se compra casa y hacienda en la llanura del Po y la gobierna cual implacable terrateniente. Lohengrin llega sobre un cisne alado a salvar a la princesa Elsa; Tristán intenta alcanzar a su amada Isolda sin conseguirlo; Sigfrido muere traicionado y Parsifal alcanza al final la luz paradisíaca. Richard Wagner nunca tiene prisa. Se complace en largas narraciones, reflexiones metafísicas e históricas; busca en el mito de los nibelungos o el de los trovadores el sentido del destino humano: el amor y la muerte, la vida y la victoria. Alemán de Leipzig, se mete a revolucionario y la policía lo persigue, inventa el teatro «total» y termina construyendo, con la ayuda del rey Luis II de Baviera, una especie de ciudad ideal en Bayreuth, donde representa su inmensa tetralogía. Los nacionalistas y los nazis aprecian su síntesis heroica, el sentido inmenso del destino humano, el sentimiento de gloria que siempre subyace en su trabajo. Pero Wagner es mucho más que eso: reflexiona con una mirada potente y mítica sobre el destino del hombre y de la historia. El italiano es sanguíneo y pasional; el alemán es filosófico y (pseudo) místico. Nunca se conocieron, ni sintieron aprecio el uno por el otro. Al contrario. En cuanto oyó unas notas del Requiem verdiano, Wagner salió con su mujer de la sala con evidente disgusto. Verdi anotó en la partitura de Lohengrin, que escuchó a escondidas en Bolonia, juicios no muy halagadores.