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Ecumenismo de la vida

Laura Montilla

En el mes en que se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, un ejemplo de cómo vivir el ecumenismo.
La carta apostólica de Juan Pablo II Novo millennio ineunte, publicada en enero de 2001, decía: «Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano» (nº 43). Por eso no dudé en ponerme a disposición del entonces arzobispo de Granada, D. Antonio Cañizares, quien me indicó que colaborase con la delegada de Ecumenismo de la diócesis, Pepita Moreno Aguilar. De la espiritualidad de comunión de los Focolares, precisamente, había aprendido que se puede reconstruir la unidad de las Iglesias partiendo del corazón. Lo extraordinario de esta vía ecuménica basada en el amor, que podemos llamar «ecumenismo de la vida», es que es posible para todos. Yo carezco de estudios en campo ecuménico, pues soy farmacéutica, pero las diferencias doctrinales se resuelven con paciencia en las sedes adecuadas. Ése es el ecumenismo teológico que no todos podemos realizar. Sin embargo, podemos quemar etapas en la caridad, mostrando que estamos unidos a cierto nivel, ya que nada nos impide amarnos y acogernos a pesar de las diferencias. En la Delegación Diocesana de Ecumenismo de Granada, lo primero es la unidad entre los que trabajamos ahí, y el amor recíproco hace posible que Jesús esté presente en medio de nosotros y sea Él mismo quien actúe. Esa unidad se logra aceptando constantemente al otro, siendo pacientes, con pequeños detalles, porque somos diferentes y tenemos una formación distinta. Pepita y yo procuramos siempre ver juntas cómo hacer cada cosa y afrontar cada situación. Recuerdo que cuando la llamé para ponerme a su disposición, se puso muy contenta porque acababa de recibir ese encargo y siempre cuesta arrancar. Para empezar a contactar con otros cristianos fuimos a una asamblea de Iglesias evangélicas. Casi temblábamos, porque no sabíamos cómo nos iban a recibir, así que le pedimos ayuda al Señor y nos propusimos ir a amar. No fue fácil, porque se sentían dolidos respecto a los católicos y así lo expresaron, pero nos acogieron como si fuésemos de su asamblea y estuvimos con ellos tanto en la oración como cuando trataron sus asuntos económicos. Al despedirnos nos dieron las gracias por el amor y la valentía que habíamos mostrado al ir a conocerlos.

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