La maravillosa carta Lumen fidei sobre la luz de la fe, escrita «a cuatro manos», como dice el Papa Francisco, las de Benedicto y las suyas, me tiene totalmente enganchado.
La maravillosa carta Lumen fidei sobre la luz de la fe, escrita «a cuatro manos», como dice el Papa Francisco, las de Benedicto y las suyas, me tiene totalmente enganchado. Necesitamos exposiciones así: claras, sabias, razonadas… Es que está bajo sospecha la fe. Como si fuera ésta el recurso último y «el refugio para gente pusilánime». Es tremendo lo que le escribía Nietzsche a su hermana: «Si quieres alcanzar paz en el alma, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga». ¡Pues estamos listos! Como si fe y verdad fueran contrapuestas. Si a la fe no le interesa la verdad, ¿a qué sirve? Una fe sin verdad es «una bella fábula». Yo creo porque me cautiva la verdad; pero la verdad grande, la que ilumina la existencia por entero, que puedo compartir respetuosa y humildemente con cualquiera; la que no se olvida de la gran «pregunta sobre el origen de todo», la de las luces largas que alumbran el trayecto completo y la meta última del viaje. Es que puede ser suicida conducir de noche (y en “noche” viajamos) con luces cortas. Con razón dice el Papa que es la fe, como la verdad y la luz, una cuestión de supervivencia. Nuestra razón sola es corta, no llega. La gente puede preferir “su” verdad o llamar verdad sólo «lo que consigue construir y medir». La gente puede seguir temiendo que detrás de una verdad grande y común se escondan los fanatismos y los totalitarismos. Pero es que sin la verdad grande, sin las luces largas, nos estrellamos.