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Cuando azota un tifón

New City (Manila)

Primeros ecos de la catástrofe
Nunca habíamos visto un tifón de esta intensidad. Todavía se están contando los muertos y heridos. Es imposible llegar a la población que vive cerca del mar. La gente pide alimentos, medicinas, agua y ayuda, pero no se logra ayudar a todos… La policía y las fuerzas armadas han conseguido llegar al centro de Tacloban para frenar el asalto a los centros comerciales. Empiezan a llegar las primeras ayudas, de Filipinas y de todo el mundo. Vemos una verdadera carrera de solidaridad. Desde Manila estamos mandando alimentos, ropa y mantas. Filipinas es pobre, pero tiene una fuerza en sí misma que le permitirá sobrevivir incluso en medio del fango. No hay modo de describir esta tragedia. Es demasiado, realmente demasiado. En las zonas sacudidas por el tifón se vive una verdadera tragedia humanitaria. El gobierno no logra intervenir. Es difícil llegar a las zonas más afectadas. Es imposible transitar por la región sin escolta. Hay grupos que asaltan a quienes llegan con alguna ayuda para apropiarse de ella. La gente no deja de plantearse las mismas preguntas: «¿Dónde está Dios?», «¿Por qué nos ha abandonado?». «Nos hemos refugiado en tus iglesias, en tus casas y tú no nos has salvado». El tifón ha destruido iglesias y conventos, llevándose a la gente que allí se había refugiado. Los supervivientes se mueven como zombis, sin saben qué hacer, pidiendo alimentos, agua y formol para conservar los cuerpos de sus muertos.

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