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¿Crecer o desarrollarse?

CN

Últimamente se habla de la necesidad de crecimiento para salir de la crisis. Esto recuerda unas ideas expresadas hace ya casi cuarenta años por el economista, pensador y escritor José Luis Sampedro.
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Últimamente se habla de la necesidad de crecimiento para salir de la crisis. Esto recuerda unas ideas expresadas hace ya casi cuarenta años por el economista, pensador y escritor José Luis Sampedro. Para Sampedro, el desarrollo suponía crecimiento + cambio, de modo que para avanzar, personal o colectivamente, se requieren cambios. Un niño no crece sólo en estatura y peso, sino que se desarrolla porque se producen también cambios cognitivos, de su capacidad comunicativa, etc. Asimismo, en el ámbito económico, también se necesitan cambios de paradigma, de manera que la economía cumpla cada vez mejor la función de servir al bien común y a la felicidad. Pero..., siempre hay un pero. ¿Quién escribe la historia? Las personas. En cada época somos plenamente protagonistas de nuestra historia, con todos sus condicionamientos. Al mismo tiempo, la sociedad es fruto de la evolución histórica. Por eso hace falta una gran apertura a los signos de los tiempos con el fin de captar esas ascuas que hay que avivar para provocar el beneficioso incendio que nos traiga los cambios necesarios. No desarrollarse, como nos está ocurriendo, quiere decir quedarse subdesarrollados, por debajo de los demás y por debajo de nuestras propias posibilidades. Y ello provoca un alto grado de frustración y muchas veces justifica el fenómeno migratorio de los jóvenes, que no ven la posibilidad de desarrollar sus capacidades en su lugar de origen. Es triste pensar que un país no desarrolle su potencial porque piensa sólo en el crecimiento. Esta decepción favorece también el sentimiento de independencia. Tendemos a pensar que si las cosas dependieran sólo de nosotros, nos iría mejor. Pero en el fondo aspiramos a ser interdependientes, es decir, a tener un escenario en el que, en situación de igualdad, podamos avanzar de forma coordinada y con fuertes lazos con las demás regiones, comunidades, países... Y aquí es donde se encuentra la clave de nuestros paradigmas, también en el terreno económico. La figura del homo economicus está dejando paso al homo agapicus, según la terminología de M. Colsanto y G. Iorio. Es decir, un hombre que quiere edificar la felicidad pública por el bien de la comunidad. Y en el campo económico hay algunos ejemplos: la responsabilidad social de las empresas, la economía de comunión, los microcréditos, el comercio justo y solidario, la banca ética, las críticas radicales de Amartya Sen, el redescubrimiento de la economía civil... Es como si se estuviera configurando una especie de «sociedad buena» fundamentada no sólo en la solidaridad, sino también en la fraternidad, que implica reciprocidad y horizontalidad en las relaciones. CN



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