Necesitamos al hermano para llegar a Dios, a la vida, a la felicidad.
Mirando las cosas humanas con los ojos de Dios, se queda uno sorprendido por ese insistente apremio a los hombres para inducirlos a que cumplan con el deber de amar a los hermanos. Es como si se consumieran ingentes energías para inculcarles el deber de vivir, la conciencia de ser felices y la conveniencia de no extinguirse. El hermano no es artículo que haya que tolerar; es un medio para vivir, es vida para nosotros. Y nosotros lo necesitamos para llegar a Dios, y por consiguiente a la vida, a la felicidad. Sin el hermano estaríamos en una ciudad sin calles. El cielo no les basta a los hombres que van a pie. Si dondequiera que encuentras al hombre lo amas, automáticamente introduces en ese amor el amor de Dios, la liberación del mal, la admisión del bien. Se acaba la soledad, un mal que lleva al aburrimiento en las metrópolis. Y se encuentra la plenitud de la existencia, para la cual, además de los bienes económicos, se obtienen también los bienes espirituales. Puede ser que en una determinada circunstancia tal hermano sea adverso, serio, cerrado… Entonces lo amas cual imagen de Cristo sufriente, crucificado, abandonado, muerto… y en ese amor incluso sus posibles actitudes de odio y daño se transforman en elementos de redención. Entonces, nuestros sufrimientos constituyen nuestra más alta dignidad, nos hacen colaboradores de Dios. Y el beneficio revierte en la sociedad, donde la maldad no se derrota con cañones, no se domina con la policía, sino que se desenvenena con el amor. Por lo tanto, basta con acercarse a uno o varios hermanos en la oficina, por la acera o donde sea, y darle vida a lo que es vida, la comunión. El hombre está hecho por amor y está hecho para amar; vive en la medida en que ama. No le basta con ser amado, y eso que es amado infinitamente por Dios. ¿Acaso no estamos en una época comunitaria? La comunión culmina en ese supremo valor que es Cristo en medio de nosotros: en medio de la sociedad, en las oficinas, en los bancos (incluso…), en el Parlamento (nada menos…), en el taller, en la iglesia y en casa.