Entre los talleres de diálogo realizados en la Mariápolis de este verano, uno especialmente retador y actual que convocó a muchos participantes fue: «Crisis Cataluña-España: ¿una oportunidad?».
En estas páginas un extracto del texto que se utilizó para suscitar un diálogo, que fue respetuoso, abierto, franco y constructivo.
Es evidente que la convivencia entre diversos no es cosa fácil. Lo vemos en el matrimonio, en la familia, en el barrio, en la ciudad… y por supuesto a todos los niveles. Hay sobre todo dos factores que pueden mantener cierto nivel de convivencia, con distinta gradación por lo que respecta a su calidad: el miedo y el amor. El miedo ha conseguido mantener durante muchos años aparentemente unidos muchos matrimonios, con un nivel de convivencia sin duda de baja calidad, pero que hacía las veces de una normalidad en relación a los cánones establecidos. Después de una época de dictadura con muchas heridas abiertas y sin tradición democrática, el miedo, presente en mayor o menor medida en cualquier sociedad, pudo dar cierta sensación de normalidad democrática en lo que se refiere al encaje territorial de las distintas identidades, culturas y lenguas que constituyen el estado español. Pero este modelo, por distintas razones, se ha ido desgastando y en los últimos tiempos manifiesta claros síntomas de caducidad que recomiendan su renovación. El amor es sin duda el gran motor de la verdadera convivencia, la de alta calidad. Superado el miedo a los convencionalismos y una vez que el sistema legal permite el divorcio, el único hilo que actualmente mantiene unido un matrimonio, una familia, a pesar de las dificultades, es el amor. Un hilo tenue y frágil, que se rompe con demasiada frecuencia, pero al fin y al cabo, el único capaz de mantener una convivencia de alta calidad. También el amor es el único motor de convivencia real entre los pueblos. Hay quien ha definido la Política (con la “P” mayúscula) como «el amor de los amores», porque es un amor grande, por todos, especialmente por los más débiles. Ese amor que busca siempre el bien común, la fraternidad. Ese amor basado en la comprensión, en la escucha, en el diálogo.