La crisis de Siria, un síntoma más de la inestabilidad política de la región.
En semejante polvorín, ¿es posible una intervención “limitada”?
En la maraña de intereses y alianzas que se dan alrededor de la guerra en Siria, hasta hay quien asegura que una intervención militar de Estados Unidos le haría un favor al régimen de Assad, tan exento de escrúpulos que ha llegado a usar armas químicas, como al parecer también lo han hecho sus opositores. Pero una ojeada realista a la crisis siria nos deja ver que la situación va mucho más allá de una “simple” guerra civil, ya de por sí dramática. De hecho, en Siria están presentes sosteniendo y apoyando a las distintas facciones implicadas en la contienda las mayores potencias de la región: Irán y los Hezbollah libaneses a favor de Assad; Arabia Saudita, Turquía y Qatar a favor los “rebeldes”. Pero, ojo, porque los sauditas apoyan a los salafistas “conservadores”, los turcos a los Hermanos Musulmanes y los cataríes a grupos sunitas radicales como los de la esfera de Al Qaeda. Jordania se mantiene en la sombra, pero no apoya a Assad, mientras que Israel se debate entre ver a Assad derrotado –lo que en consecuencia supondría un fracaso para Irán y una victoria para Israel, que se siente directamente amenazado por el programa nuclear iraní– y el temor a que unas fuerzas que abanderan un islam radical se sitúen en su frontera. Desde 1967 Tel Aviv ocupa ilegalmente los altos del Golán, que a todos los efectos son territorio sirio, y hasta ahora el régimen de Assad ha sido un “enemigo dócil”. La cuestión sería muy distinta si en el poder en Damasco estuvieran los islamistas. Como telón de fondo, desde hace años se gesta una guerra fría entre Irán y Arabia Saudita, entre persas y árabes, que se ha transformado en un enfrentamiento en toda regla entre suníes y chiíes. Otra incógnita, además, son los curdos, que lograron el gobierno de una región autónoma en Iraq y ahora parecen estar adquiriendo cierto sesgo separatista.