El aumento de víctimas entre la población civil es un resultado de los muchos conflictos repartidos por el mundo.
El aumento de víctimas entre la población civil es un resultado de los muchos conflictos repartidos por el mundo. Y no sólo por efecto de las armas, sino también de la pobreza, que genera hambre, enfermedades y degradación social. Algunos ejemplos serían las revueltas políticas, la luchas internas, la actividad terrorista o los intereses neocoloniales que han desestabilizado en el África sahariana y subsahariana países como Chad y Mali, la región de Darfur o la República Centroafricana. Y más de lo mismo ocurre en Siria, Pakistán o Afganistán, donde millones de personas se han visto abocadas a vivir en la miseria mientras parece que nadie busca cauces de reconciliación.
En general, a la hora de evaluar las consecuencias de los conflictos pensamos en sus causas, pero le dedicamos menos atención a reflexionar sobre la pobreza que provocan. Pensemos en los desplazamientos de personas, familias y comunidades enteras, lo que implica perder sus ya pocas pertenencias, su casa y sus tierras, que probablemente ocuparán otros pobres y terminarán siendo motivo de conflicto entre ellos. Pensemos en esos viajes extenuantes en busca de protección para acabar confinados en unos campos de refugiados cada vez más extensos en los que reina la desnutrición, la falta de sanidad y a veces la violencia. De lugares de hospedaje momentáneo han pasado a ser el símbolo de la desconfianza en poder volver a integrarse en la sociedad. Por eso la asistencia a los prófugos, que debería ser una solución provisional, se ha convertido en un medio para contraatacar la miseria y aliviar sus efectos, de manera que la ayuda que necesitan puede llegar a prolongarse mucho en el tiempo y es el único apoyo que reciben.
La crisis económica no debe hacernos olvidar que hay millones de personas en condiciones inaceptables, si bien es verdad que la eliminación de la pobreza requiere verdadera reconciliación.
CN