Dialogando a campo abierto
Sin tener un proyecto preciso, Chiara ha tendido puentes hacia el que es “distinto de ella”: con cristianos, con fieles de otras religiones, con los que tienen otras convicciones.
“Desde Trento al mundo”, así rezaba el lema de una de las últimas visitas oficiales de Chiara a su ciudad na-tal. La fórmula es acertada porque da idea de aquella maestra que en los años 40 dejaba fascinados a sus alum-nos en las escuelas de los valles del Trentino, que ha acabado llegando a los últimos confines de la tierra con su “ideal”, vivido hoy por cientos de miles de personas.
Pero las dimensiones de su “mundo” son muy distintas de lo que dicen los atlas. En poco más de sesenta años su carisma ha dibujado otro tipo de mapas. El mundo que Chiara ha encontrado no está formado sólo por lenguas, climas, colores y lugares. Es sobre todo ese universo que nace en el corazón y en la mente de los hombres: las culturas y las religiones.
Bien mirado, quizás todo estuviera ya contenido en el deseo apremiante que Silvia sentía en el corazón du-rante los años de la guerra: amar a Dios, sin duda, pero también lograr que fuese amado por el mayor número de personas posible. En ese sueño –ella aún no lo sabía pero lo iría descubriendo poco a poco– ya estaban to-dos: católicos, cristianos, judíos, musulmanes… y también budistas, hindúes, sijs, confucianos y los que profe-san religiones tradicionales. E incluso aquellos cuya religión consiste en “no tener una fe religiosa”, es decir, el credo de muchos occidentales del siglo XX.
¿Podía imaginarse Chiara semejante desarrollo? Probablemente, o mejor, ciertamente no. Se fue haciendo consciente a medida que se difundía el espíritu que Dios le había donado. Lo que ha ocurrido es que quienes han seguido este “ideal” lo han llevado a la gente que han conocido, sin limitaciones, sin barreras de ningún ti-po. Y siempre con la misma sorpresa: todos pueden acogerlo y, sobre todo, vivirlo.