Este año la Mariápolis ha cobrado vida en la Seu d’Urgell (Lérida), en el corazón de Cataluña: una buena ocasión de acercarse a un pueblo, su cultura, su entorno natural, su riqueza humana.
Hoy en día, con la oferta que hay, ¿qué sentido tiene coger el tren, el autobús, el coche o el avión para pasar cinco días con unas 800 personas de toda España – muchas desconocidas–, de distintos acentos, edades y costumbres? Yo me lo sigo preguntando… aunque siempre que puedo repito.
En esta Mariápolis, todas las actividades, espacios y propuestas estaban orientados a favorecer el encuentro, el intercambio, un diálogo a 360°. Dialogar es un arte y requiere un aprendizaje que dura toda la vida. No se puede vivir encerrado en uno mismo. La Mariápolis ofrecía la materia prima (mucha gente muy variada) y un entorno amable. Y una oferta múltiple realmente interesante: caminatas, visitas culturales, artísticas y lúdicas; conciertos, exposiciones, talleres de todo tipo; mesas redondas sobre educación, pareja, economía, política, interculturalidad; espacios para profundizar en la fe y para cultivar la dimensión profunda del ser humano… Todo muy bien preparado, aunque el resultado final era imprevisible porque dependía de un ingrediente indispensable: la aportación de cada participante.
Dice el papa Francisco que dialogar es «enriquecerse recíprocamente, estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, dar espacio a sus opiniones y propuestas». Y que «para dialogar es necesario bajar las defensas y abrir las puertas». Pues la Mariápolis ha sido un gran taller práctico de eso mismo. Al final todos recibimos una pulsera en la que estaba escrito: «artistas del diálogo». Era el compromiso personal que cada uno asumía al volver a su propio ambiente. Tenemos todo un año para practicar. Y en 2014 nos vemos en Granada.