Para poder “inventar” el trabajo es necesario que desde la niñez se vaya laborando un imaginario, un código simbólico del trabajo.
Me gusta imaginarte de vacaciones, querido lector, leyendo estas líneas al cobijo de una sombrilla en una terraza veraniega. Los tiempos del descanso y del trabajo siempre han estado entrelazados: el trabajo da sentido a las vacaciones y las vacaciones al trabajo. La camarera que te ha traído el café rondará los 25 años y parece despierta y comunicativa. Te cuenta que se llama Marta y este año no tiene vacaciones, pero se siente afortunada por no ser uno de los millones de jóvenes que no encuentran empleo; afortunada al menos hasta que acabe el verano y con él su precario contrato de trabajo. Los expertos le dicen que forma parte de la generación de españoles mejor formada de la historia, pero que la situación del empleo nunca será lo que fue, que hay que “inventarse” el trabajo. El gobierno le dice que a pesar de la crisis y los recortes va a dedicar importantes esfuerzos a los emprendedores. Y Marta se pregunta si esto no se veía venir y si ser emprendedor es algo que se pueda improvisar de la noche a la mañana. Cuestión de formarse Marta tiene razón. La falta de trabajo actual tiene que ver con el declive de todo un sistema económico- productivo que la crisis de las finanzas especulativas ha agravado, pero que ya se venía fraguando mucho antes, y el emprendimiento no se improvisa. A la «generación de españoles mejor formada» resulta que, en general, se la ha formado muy poco en el emprendimiento y mucho menos en el emprendimiento social, el que hace avanzar la sociedad desplazando hacia delante los límites de lo humano.