Jóvenes y jovencísimos.
Chiara siempre tuvo debilidad por los más jóvenes. Nunca dudó en presentarles ideales grandes, y les pedía la máxima generosidad.
Será por esos ojos vivísimos que miran al futuro, o por ese perenne dinamismo y envolvente entusiasmo al afron-tar cualquier objetivo, o por un feeling natural… El caso es que raramente se oye a un joven referirse a Chiara como una persona de otra generación. «Es una de nosotros»; «Nos entiende»; «Habla nuestro lenguaje y sabe guiarnos como nadie más», son expresiones que he oído.
Era joven de verdad cuando el Movimiento de los Focolares daba sus primeros pasos y atraía a la nueva aventura a gente de todas las edades, pero sobre todo a muchas y muchos jóvenes dispuestos a seguirla por un camino aún sin explorar. Una foto amarillenta me lleva a aquellos tiempos: maestra en un orfanato. Destaca la pobreza de los niños, vestidos rústicamente y descalzos, pero llama la atención la sonrisa en sus rostros. Se ve que no poseen nada y que el aula tiene pocos elementos, pero el amor que protege a esa clase los hace mirar al futuro serenamente. Es un sig-no, un icono de una educación que no se apoya en medios, programas ni técnicas, sino en algo que no perece: la re-lación auténtica.
Llegaron los años de la contestación, el 68, y Chiara siguió caminando al lado de los jóvenes, porque en ellos ve-ía la segunda generación del Movimiento, la que llevaría a cabo la revolución evangélica que se iba difundiendo. Con una invitación atrevida que recordaba a otros eslóganes revolucionarios –«¡jóvenes de todo el mundo uníos!»–, empezó con ellos un diálogo abierto y franco que fue tejiendo a lo largo de cuarenta años con jóvenes, niños y ado-lescentes de los Focolares (los “gen”), y con muchos más jóvenes a los que ha visto en sus viajes o en grandes ma-nifestaciones.
Un recuerdo de tantos: agosto de 2000, en el Estadio Flaminio de Roma. Con paso algo incierto y los brazos le-vantados, como si quisiera abrazar a los miles de jóvenes que la estaban esperando, Chiara cruza el terreno verde y se encamina hacia el escenario. La música fuerte y rítmica no puede ahogar unos aplausos que subrayan los lazos tangibles que hay entre ella y esa multitud en fiesta. Con palabras directas, hace una propuesta fuerte y profunda-mente enraizada en la vida evangélica. Todos se sienten interpelados e implicados: los gen, jóvenes de otros movi-mientos, jóvenes cristianos y también hindúes, budistas, musulmanes y otros que andan a la búsqueda o están des-ilusionados de la vida.