Una mirada desde fuera a la crisis económica y política de Europa.
Han pasado más de cuatro años desde que empezó la crisis financiera y cerca de dos desde que los problemas generados por ésta provocaran una crisis de deuda soberana y una crisis bancaria en Europa. Desde entonces, la crisis ha pasado de ser financiera a ser económica, con una Europa en marcha hacia la recesión y un nivel de desempleo en todo el continente por encima del 10%.
Pero hay algo de mayor transcendencia aún: en este período, el mecanismo de toma de decisiones creado cuando se fundó la Unión Europea ha sido incapaz de ofrecer soluciones políticas que fueran a la vez aceptables por la mayoría e implementables. Los países de la UE se han tratado entre sí menos como miembros de una sola entidad política y más como estados individuales que persiguen sus propios intereses nacionales, en algo que se ha convertido como un juego en que el éxito de uno va en detrimento del otro.
Esto se puede mirar desde dos perspectivas. La primera se centra en qué países deben asumir la carga de estabilizar la eurozona. Los países económicamente más sanos quieren que los países más débiles soporten la carga mediante la austeridad. Los países más débiles querrían que los países más fuertes soportaran la carga concediéndoles préstamos a pesar del creciente riesgo de que no puedan devolverlos en su totalidad. El resultado han sido constantes intentos de llegar a acuerdos que no han terminado de funcionar.
La segunda perspectiva es la de clase. ¿Deberían soportar la carga las clases media y baja mediante el recorte de gastos públicos en servicios de los que son beneficiarios? ¿O deberían ser las clases acomodadas las que lleven el peso mediante el aumento de los impuestos y la regulación?