Hace poco leí un ensayo sobre educación. Entre muchas e interesantes indicaciones, recomendaba “emplear con los hijos tiempo de calidad”. No es una gran novedad, pero me ha hecho reflexionar precisamente sobre el “apellido” del término; es decir, no el “tiempo” sino la “calidad”. Y como siempre que reflexionamos sobre la educación de los hijos, acabamos haciéndolo sobre nosotros mismos, en cuanto educadores: nuestro papel, nuestras actitudes y nuestras estrategias.
En esta ocasión (siempre con su permiso) permítanme expresarme más como padre que como profesional. Durante este último tiempo me he dedicado a pensar, en la práctica, qué significa atribuir calidad al tiempo que dedico a mis hijas, y he llegado a algunas conclusiones vitales. Mi tiempo adquiere calidad:
- Si, de entrada, establezco con ellas una relación de colaboración y ayuda mutua; por ejemplo, si solicito su ayuda para que me escuchen cuando explico algo o su colaboración para que se porten bien.