Al habla con los fundadores de La Miniera, un centro de atención diurna que sigue los criterios empresariales de la Economía de Comunión.
Vuelvo en coche de la población sevillana de Dos Hermanas. Acabo de visitar un centro de estancia diurna para mayores, con el sugestivo nombre de La Miniera, término italiano que se traduce por «la mina». Y lo es, porque los mayores, en contra de lo que en general se piensa, son el tesoro de la sociedad.
Contrasta lo vivido hace unos instantes con las noticias que me espeta la radio del coche; machaconamente, recuerdan una situación económica, financiera y empresarial que da pavor. Pienso que la situación es resultado del individualismo humano, centrado en la cultura-del-tener. Y lo que alimenta el fuego es la falta de solidaridad, la ambición desmedida, la explotación y opresión de los débiles, la acumulación de riqueza y, sobre todo, la dificultad para compartirla.
Recuerdo las palabras de Elena Bravo, la directora de La Miniera, hace escasamente un par de horas: «Esta mentalidad del tener es aceptada por la mayoría de las personas, pues parece que atesorar es lo normal en la vida. O sea, que para vivir hay que acumular cosas, superfluas o no». Y tiene razón en que «a pesar de la fuerte influencia de esta idea, que cada vez se extiende más, y, precisamente como respuesta a una necesidad vital del ser humano como es el compartir con los demás, nacen otro tipo de prácticas sociales y de actitudes solidarias que estarían enmarcadas en lo que llamaríamos la cultura-del-dar». Y ahí encuentro no sólo la clave de sus palabras, sino la de la experiencia que acabo de vivir.
Me explico. La persona con la que acabo de hablar y la experiencia que acabo de compartir forman parte de esta nueva cultura-del-dar que nos hace capaces de transformar las instituciones y las estructuras sociales. Me remontan a mayo de 1991, cuando nace el original proyecto Economía de Comunión (EdC) en el seno del Movimiento de los Focolares. Lo ideó su fundadora, Chiara Lubich, en un viaje a Brasil. No se considera economista sino iniciadora de «un nuevo estilo de vida, expresión de una cultura nueva», que intenta construir la unidad en todos los frentes, teniendo como base la fraternidad universal, y generando –y aquí quería llegar–, una cultura-del-dar y no del-tener. Y lo lanza en una tierra de desequilibrios socioeconómicos.