Aveces el afortunado click de un fotógrafo inmortaliza, más allá de la calidad objetiva de la imagen, un rostro que lo dice todo de un pueblo, una sociedad, una época.
La pequeña que ilustra estas líneas nos habla, nos lo dice todo del pueblo centroamericano, y más específicamente del guatemalteco, que ve sometidas a una dura prueba las bases de su convivencia pacífica y de su optimismo debido a una extendida precariedad y a contrastes de todo tipo. Nos lo dice todo de una sociedad, la centroamericana, que atraviesa una transición peligrosa de la dictadura a la democracia (Honduras, Guatemala, Salvador y Nicaragua son considerados por la ONU los países del mundo en que la delincuencia común es más elevada), pero cuya esperanza en el futuro no puede ser más grande, porque tiene el futuro en casa: el 40% de su población es menor de 14 años. Nos habla de una época, la actual, globalizada, que necesita cohesión y solidaridad. Confianza.
Precisamente de esto habló María Voce, presidenta de los Focolares, en su reciente viaje a aquellas tierras cuando propuso que se le diera espacio a la confianza. Sin duda, no es la única en estos tiempos que la saca a colación, pero su propuesta va más allá e invita a dejar atrás la imperante “cultura de la sospecha” para enfilar decididamente una “cultura de la confianza”. No se trata sólo, por más necesario que sea, de activar un sentimiento personal para con los demás, sino de crear con ahínco, día tras día, una base cultural de nuevo cuño y creer que con la confianza se construye una convivencia pacífica y respetuosa con la diversidad. Creer que es un acto de gran inteligencia optar por confiar en los demás en vez de mirarlos a priori con sospecha. Creer que si lo hacemos, al final ganamos todos, incluidos quienes llevan a cabo un acto de confianza sin que aparentemente tenga una respuesta correspondiente, porque el acto mismo de confiar es suficiente recompensa porque nos hace personas más idóneas para estos tiempos complejos, nos libera, nos hace estar más abiertos y disponibles, porque da más espacio a nuestra inteligencia, porque nos ayuda a deshacernos de la tenaza del desaliento, desconcierto y desconfianza a los que la crisis económica, política y social quisieran relegarnos.