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Después de Asís, más unidos

Roberto Catalano

25 años después de la profecía de Wojtyla, por la paz y la justicia.
La prensa no le ha dedicado la cobertura que se merecía, si bien es cierto que había unos seiscientos periodistas acreditados, señal de que el evento celebrado en Asís el 27 de octubre pasado despertaba interés. Viéndolo ahora desde la distancia, dan ganas de decir que el viento que allí soplaba nunca había cesado. Esa jornada de reflexión, de diálogo y de oración por la paz y la justicia no fue ni un recuerdo ni una conmemoración. Lo que allí vivieron Benedicto XVI y los líderes religiosos del mundo entero, además de algunos representantes de aquellos que no profesan ninguna fe religiosa, fue el signo de que en estos veinticinco años se ha hecho camino. Nos hemos conocido, hemos empezado a tenernos aprecio, reconociendo esa aportación que cada tradición conlleva y que puede representar un reto, pero también una oportunidad irrepetible. El evento que quiso Juan Pablo II fue profético y escénico, según ese estilo al que el Papa Wojtyla nos acostumbró durante un cuarto de siglo. Nunca antes del octubre de 1986 había ocurrido que líderes religiosos se reunieran para orar por la paz. Aquel día quedará como punto de referencia. Y aquella profecía a lo largo de estos años se ha vuelto cotidiana, ha bajado del escenario para llegar allí donde la gente corriente se encuentra todos los días: las calles, las casas, los trenes… No siempre ha sido fácil, ni lo será. Ha habido situaciones de conflicto nuevas y algunas todavía esperan una solución. Sin embargo, no se puede negar que el hecho de que hoy el mundo se haya vuelto más pequeño, ha facilitado que los creyentes de las distintas religiones se encuentren en contacto más directo en todas las latitudes. El ambiente que hemos respirado en Asís, pues, ha sido el de un encuentro esperado entre personas que han aprendido a entablar relaciones de aprecio y amistad. Ha desaparecido el miedo, no se han ignorado los problemas, pero sobre todo se ha empezado a reconocer las propias culpas y la propia responsabilidad. Benedicto XVI ha tenido el valor de hacer afirmaciones fuertes e inequívocas: «Como cristiano, quisiera ahora decir que sí, que en la historia y en nombre de la fe cristiana, se ha utilizado la violencia. Lo reconocemos llenos de vergüenza». Es un paso importante para un Papa y para la cristiandad ante los fieles de otras tradiciones y ante personas no creyentes.

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