logoIntroduzca su email y recibirá un mensaje de recuperación de su contraseña






                    




articulo

La esperanza, pasión política

Piero Coda

Parece que el espíritu de nuestro tiempo quiere y puede hablar de todo menos de esperanza.
De hecho resultan lejanos aquellos años en que el «principio esperanza» de Ernst Bloch enardecía los corazones y elevaba las mentes. La extenuación de las ideologías y de las utopías, así como el cansancio objetivo de razonar la esperanza alimentada por la fe, parecen dejar el campo abierto no tanto a lo que la tradición cristiana estigmatizaba como pecados contra la esperanza (desesperación y presunción), sino al cinismo y a la resignación. Es decir, por un lado, aprovechar sistemáticamente las oportunidades que ofrece el statu quo, y por otro, rendirse a los potentes mecanismos y la insistente propaganda que nos instan a reconocer que lo que estamos viviendo es incluso «el mejor de los mundos posibles». Pues bien, precisamente este estado de cosas provoca una reacción que muchos comparten y que se argumenta de imaginación y visión de futuro. A saber: un despertar de la esperanza. Porque la ausencia de esperanza, tanto en un individuo como en una sociedad, es sinónimo de muerte, tanto biológica como espiritual. Y mientras ese despertar no quede en paja que se lleva el viento ni lo archive demasiado pronto una declaración de buenas e ineficaces intenciones, será necesario ahondar dentro del hombre y volver a descubrir –en el caso de los que tienen fe en Jesús, el crucificado que resucitó– el fundamento fiable de una praxis buena y justa. La esperanza es pasión del alma avocada a traducirse no sólo en actitud personal sino política, y acreditarse justamente como la virtud que conjuga visión y profecía con realismo y reconocimiento de lo que es posible. De ahí surgen dos actitudes que definen la acción política impregnada de esperanza. Primero, el discernimiento, que significa capacidad de leer la historia y las señales muchas veces enmarañadas y contradictorias que nos transmite, para intuir qué dirección tomar e identificar los caminos posibles y por tanto realizables en dicha dirección. Y luego, magnanimidad, que significa grandeza de ánimo, capacidad de abrazar y perseguir el bien común por encima de prejuicios y barreras, con la paciencia que requiere la gradualidad de su realización y en ese espíritu de perseverancia que sabe mantener la mirada fija en la ruta, aunque sea ardua y frustrante.

Leer más



Política protección de datos
Aviso legal
Mapa de la Web
Política de cookies
@2016 Editorial Ciudad Nueva. Todos los derechos reservados
CONTACTO

DÓNDE ESTAMOS

facebook twitter instagram youtube
OTRAS REVISTAS
Ciutat Nuova