El desplome de los índices bursátiles exige una redefinición del capitalismo y de la democracia.
Tras las crisis se esconden con frecuencia señales fuertes, muchas de las cuales son invisibles para quienes no saben ver más allá de las apariencias. La presente crisis económica plantea retos de gran importancia para el futuro de Europa y del capitalismo.
Ante todo, más allá de los altibajos de la bolsa, lo que está en juego es el significado y el papel de la democracia en la era de la globalización. De hecho, esta crisis es el primer infarto de la era global. Desde hace dos décadas, los mercados razonan y se mueven a escala mundial a través de unas coordenadas y con unos ritmos que ya no son los de antes. El escenario de la nueva economía financiera es el planeta, y los ritmos vertiginosos; mientras que la democracia tiene como coordenadas los Estados y los ritmos de la política y de la burocracia.
Esta crisis ha suscitado una exigencia de que se produzcan grandes cambios no sólo en la economía y en las finanzas, sino también en la forma de ejercer la democracia, que necesita una puesta al día y que, entre otras cosas, debería proteger a los gobiernos de la extorsión de los grupos de presión (lobbys) que intentan exprimirlos, de manera que los gobiernos puedan realmente tomar decisiones por el bien común.
Esta crisis, pues, pone de relieve la urgente necesidad de una política nueva y de una nueva etapa democrática que estén a la altura de los tiempos; una nueva etapa democrática que todavía no se vislumbra, pero que probablemente tendrá que ver con nuevas formas de democracia directa en la que el papel de las nuevas herramientas que ofrece internet será muy importante. Estas herramientas garantizarían ritmos más rápidos, nuevas formas de asociación política y, sobre todo, un mayor protagonismo de los jóvenes y de sus lenguajes.