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Crisis, umbral de algo nuevo

Luigino Bruni

El desplome de los índices bursátiles exige una redefinición del capitalismo y de la democracia.
Tras las crisis se esconden con frecuencia señales fuertes, muchas de las cuales son invisibles para quienes no saben ver más allá de las apariencias. La presente crisis económica plantea retos de gran importancia para el futuro de Europa y del capitalismo. Ante todo, más allá de los altibajos de la bolsa, lo que está en juego es el significado y el papel de la democracia en la era de la globalización. De hecho, esta crisis es el primer infarto de la era global. Desde hace dos décadas, los mercados razonan y se mueven a escala mundial a través de unas coordenadas y con unos ritmos que ya no son los de antes. El escenario de la nueva economía financiera es el planeta, y los ritmos vertiginosos; mientras que la democracia tiene como coordenadas los Estados y los ritmos de la política y de la burocracia. Esta crisis ha suscitado una exigencia de que se produzcan grandes cambios no sólo en la economía y en las finanzas, sino también en la forma de ejercer la democracia, que necesita una puesta al día y que, entre otras cosas, debería proteger a los gobiernos de la extorsión de los grupos de presión (lobbys) que intentan exprimirlos, de manera que los gobiernos puedan realmente tomar decisiones por el bien común. Esta crisis, pues, pone de relieve la urgente necesidad de una política nueva y de una nueva etapa democrática que estén a la altura de los tiempos; una nueva etapa democrática que todavía no se vislumbra, pero que probablemente tendrá que ver con nuevas formas de democracia directa en la que el papel de las nuevas herramientas que ofrece internet será muy importante. Estas herramientas garantizarían ritmos más rápidos, nuevas formas de asociación política y, sobre todo, un mayor protagonismo de los jóvenes y de sus lenguajes. La primavera árabe y las concentraciones de indignados en todo el mundo nos ha dicho cosas muy importantes sobre la complementariedad entre la web y la plaza, entre las redes sociales virtuales y los grupos de compromiso civil, entre los gritos que se lanzan en un blog y los de un joven que muere en las calles. La democracia que surja de esta crisis tendrá que basarse fuertemente en la complementariedad entre tradicionales y nuevas herramientas de participación, entre las que la red tendrá un papel decisivo. El segundo reto, íntimamente ligado al primero, está relacionado con la gran cuestión del sistema económico capitalista. La economía de mercado ha sido un invento extraordinario del humanismo civil y cristiano, que ha producido resultados increíbles en la mejora de la calidad de vida de miles de millones de personas, y que ha permitido la democracia y la defensa de los derechos humanos. En los últimos decenios, esa economía radicada en los mercados reales (intercambio de mercancías y servicios) y en las personas (empresarios, trabajadores, banqueros) se ha visto suplantada progresivamente por las finanzas especulativas, avaras e impersonales. Este capitalismo hiperfinanciero es demasiado frágil, y su codicia no permite que se mantengan esas promesas de desarrollo y libertad que se encontraban en los primeros estadios de la economía de mercado. Bajo esta crisis se esconde, pues, la necesidad de que se produzca un debate a todos los niveles que lleve a una nueva etapa en la economía de mercado post-capitalista. Y no puedo dejar de ver en los muchos experimentos de economía solidaria y civil, como la Economía de Comunión, una pequeña semilla de “lo nuevo” que surgirá tras estos dolores de parto. Pero “lo nuevo” que surgirá requiere sobre todo “ciudadanos nuevos”: la economía actual depende cada vez menos de las grandes maniobras de los gobiernos y cada vez más de las opciones de millones, miles de millones de ciudadanos. Si estos ciudadanos, o al menos una minoría profética, son capaces de optar por estilos de vida sobrios, de “votar con la cartera” premiando a las empresas socialmente innovadoras y responsables, de protestar juntos y con fuerza para pedir cambios a instituciones y empresas, si no esperamos a que sean otros los que tomen decisiones por nosotros, esta crisis puede ser el alba de una era mejor que la que está acabando.



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