¿Qué futuro le espera a Libia, un país dividido tanto desde el punto de vista tribal como social? Empieza una fase muy delicada.
Ganar la paz es siempre mucho más difícil que ganar una guerra. Más aún si, como en el caso de Libia, la intervención militar ha sido controvertida y los límites entre guerra civil y conflicto internacional no han sido muy claros.
Una cuestión crucial que atañe al “antes” ha sido la legitimidad internacional, que hemos pretendido justificar con las dos resoluciones de las Naciones Unidas. Pero cabe preguntarse si es legítimo apelar a esta legitimidad formal, considerando la complejidad de unos hechos que se encuentran entre la crisis humanitaria, el juego de intereses económicos y el cambio de régimen político.
En cualquier caso, como en todos los conflictos, las cuestiones más espinosas atañen al “después”. ¿Cómo va a ser la nueva Libia? ¿Cómo se van a configurar los equilibrios políticos y de seguridad interna? ¿Qué papel van a jugar las cuestiones étnicas y religiosas en la construcción del nuevo Estado? Y sobre todo, ¿qué garantías habrá en cuanto a los derechos humanos y de las minorías? Son preguntas legítimas que la comunidad internacional ha tardado en plantearse y que desde luego parecen no haber obtenido aún respuesta.
Lo más urgente ahora es el proceso de transición hacia la democracia y el espinoso tema de la reconciliación nacional. Si no se renueva el “pacto” constitutivo del pueblo libio, hay riesgo de que se produzca una venganza disfrazada de justicia y se desate una especie de conflicto interno “de baja intensidad” que podría conducir a una elevada inestabilidad.